viernes, febrero 27, 2009

La anodina vida a la sombra del farsante

En la frívola y afortunadamente breve festividad de Carnaval la legión de parásitos reincidentes que se formó cual hongos alrededor de Planeta Inquietante siguió a su nefando líder, aunque nadie consiguió eclipsar su aberrante disfraz. De hecho aprovecharon esa situación para cometer sus habituales fechorías. Aprovechando que Steiner acaparaba todas las miradas y reacciones de estupor robaban y espiaban a placer, todo por el mantenimiento de su maligna causa. Así se hicieron con una cantidad considerable de carteras y relojes, amén de documentos que se les antojaban "confidenciales". La policía, tan ineficaz como siempre en Santiago de Compostela, afirma que está investigando la "serie de incidentes". Animo a sus víctimas a acudir a la sede de la Academia que hay en esta ciudad patrimonio de la humanidad y pasen de los gorilas tripudos de azul.

El adláter escogido para ilustrar esta entrada es el patético Rob Larroca, un vulgar mercenario tan inexpresivo como prescindible. El que siga junto al suizo no habla bien de ninguno de los dos. Su disfraz consigue el efecto contrario al buscado, esa bandana por lo que me han contado identifica a los ninjas renegados con lo que estaría reconociendo de una forma bastante explícita lo que yo siempre he afirmado, que es un criminal, un villano. El batín casero tampoco ayuda precisamente a tomarse en serio a este guerrero de pacotilla, este olvidable fracaso de la especie humana. Con este párrafo le he dedicado mucho más tiempo y atención de la que se merece un ser con el raro don de tener menos valor y carisma que un mueble.


Saludos, Sir Edward Holst

2 comentarios:

  1. ¡Ole! Ese guapo samurai...

    Muérete de asco y envidia, Edward, que te la han clavao, y hasta el fondo(y hora no sabes cómo repetir).

    ¡Muerte a la Academia!

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  2. Resulta evidente que tenemos cánones de belleza muy dispares y sólo uno de ellos se apoya en el conocimiento de la fisiología humana. No, no es el suyo. Una criatura con sus rasgos está condenada a una vida de soledad, los encargos inmorales que recibe como mercenario son lo único que da sentido a su triste existencia.

    Jamás sentiré envidia por una vulgar alimaña cuya fealdad sólo es superada por su nula destreza como guerrero. Ese ninja, que no samurai, de todo a cien sólo me serviría como insípido aperitivo para mis sabuesos. Personalmente le recomendaría el uso de una máscara, ganaría en expresividad.

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